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La imposibilidad de mantener un jardín

Tener un jardín es ser poseído por un jardín, el lugar de la cita, del despliegue, testigo de continuas metamorfosis. El tiempo del jardín fue siendo relegado. Una serie de radiografías prefiguró este momento mostrando lo inevitable. La artritis se convirtió en un obstáculo para las manos del jardinero y luz verde para que el jardín declarara su libertad. Dibujé y pinté como una naturalista darwiniana, mientras el recuerdo vago de un libro leído hace muchos años, revoloteaba en mi memoria.
El texto se impuso con necesidad. 

“Hans Castorp vio lo que ya debía haber esperado, pero que, en suma, no está hecho para ser visto por el hombre, y que nunca hubiera creído que pudiera ver: miró dentro de su propia tumba. Vio el futuro de la descomposición, lo vio prefigurado por la fuerza de la luz, vio la carne en la que él vivía, descompuesta, aniquilada, disuelta en una niebla inexistente, y en medio de ella el esqueleto, cincelado esmeradamente, de su mano derecha, en torno de cuyo anular, la sortija, procedente de su abuelo, flotaba negra y fea: un objeto duro de esta tierra con el que el hombre adorna su cuerpo, que esta destinado a desaparecer, de modo que , una vez libre, vaya hacia otra carne que podrá llevarle un nuevo lapso de tiempo… y por primera vez en su vida comprendió que estaba destinado a morir”  Mann, Thomas. La montaña mágica.